Monday, May 23, 2011

Titán en la estación de lluvias - Zhitel kosmosa

-Gracias por confiar en el Consorcio Solar de Transportes –dijo la azafata con una amplia sonrisa dibujada en los labios mientras ofrecía unas pesadas gafas negras a Christian-, no olvide proteger sus ojos del sol de la tierra.

Con toda la rapidez que le permitía la modorra del sueño crio-estático, Christian acopló sus protectores oculares modelo Mercurio a sus gafas.

-No me harán falta –respondió devolviéndole la sonrisa.

Christian cruzó la escotilla de la lanzadera mientras a su espalda la azafata repetía su mantra de bienvenida al siguiente pasajero. Caminando a través de la pasarela de desembarco pensó en si realmente deseaba estar allí. Desde que había despertado tras la travesía interplanetaria había buscado en su interior la emoción propia del inminente reencuentro con su mujer, pero no estaba ahí, no había podido encontrar nada. Christian estaba seguro de que lo normal tras años de separación habría sido sentir el deseo de correr a través de la pasarela en busca de Marta, o puede que una reacción menos teatral, pero sin duda algo completamente diferente a ese vacío que, en cierto modo, le preocupaba.
Tras recoger su equipaje accedió al área de bienvenida, donde familias y amigos se reunían tras el fatigoso viaje espacial. Christian miró a su alrededor en busca de Marta sin éxito, encendió su terminal universal de comunicaciones y, tras unos segundos de espera, un suave acorde indicó la llegada de un mensaje. En la pantalla del dispositivo, bajo la foto de su esposa, Christian pudo leer:

“He hablado cn l srvicio d info dl astropuerto. L trnsbrdadr 3hrs. Tngo q preparar ponencia pra mñna. N pdré recogerte. TQ.”

Christian se sintió despreciado, había recorrido más de mil millones de kilómetros a través del vacío estelar para un reencuentro por el que no sentía la más leve emoción y Marta había decidido que una espera de tres horas era algo que dicho reencuentro no merecía. Pensó en qué debía hacer, podía ir en busca de un frío recibimiento por parte de alguien que muy probablemente no le echaba de menos o podía hacer un esfuerzo e indignarse, entrar en la casa golpeando las paredes con la maleta y empezar una pelea que, sin duda, nadie ganaría. Tras sopesar los pros y los contras se decidió por una tercera opción, un plan que comenzaba dejando su equipaje en la consigna, apagando su dispositivo de comunicación y pidiendo una copa en el bar del astropuerto.
Tres horas después Christian balanceaba su cabeza al ritmo de música rastafari con un cóctel caribeño en la mano rodeado de adolescentes vestidos como pequeños pionery de finales del siglo pasado y rió al pensar en lo farragosa que se había vuelto la cultura geana con el paso de los años.

-¿Eres de la znachok? -una voz aguda, casi infantil, llamó su atención. Christian se volvió hacia el origen de la voz, una de las chicas pionery le observaba.

-¿Perdona? –respondió Christian.

-Que si eres znachok –la chica, con un ademán que la hacía parecerse a un pájaro, ladeó su cabeza sin dejar de escrutar a Christian con sus enormes pupilas.

-Lo siento, guapa, pero aun estoy un poco idiota por la crio-estasis, hablo rumano fatal y llevo tres años viviendo en Titán, así que apiádate de mí y prescinde de la jerga urbana ¿Quieres?

Las pupilas de la chica parecieron dilatarse aun más y su cabeza se ladeó hacia el lado contrario. Una oleada de miedo invadió a Christian al pensar en lo patético que resultaría acabar sus días apaleado por un puñado de adolescentes colocados, pero la sonrisa que afloró en la cara de pájaro de la pandillera le indicó que, al parecer, la respuesta había sido de su agrado.

-¡Zhitel kosmosa! –gritó la chica volviéndose a sus compañeros pionery, que alzaron sus vasos.

-¡Zhitel kosmosa! –respondieron los pionery mientras la adolescente arrastraba a Christian hacia el grupo.

-Pensábamos que eras un policía –dijo ella mientras acariciaba la corbata de Christian, que en ese momento se dio cuenta de que su atuendo llamaba terriblemente la atención en medio de un catálogo de bandas juveniles-, pero vestido así habrías sido el znachok de la secreta más tonto del város ¡Un zhitel kosmosa es mucho mejor que un znachok!

La adolescente acercó su cuerpo al de Christian mientras sonreía haciéndole olvidar por completo su incomprensible cháchara suburbana. Sus compañeros le observaban también con atención y decidió complacerles, por lo que procedió a deslumbrarlos con fantásticas historias de sus viajes por el sistema solar. Les habló de la belleza de los colectores de viento solar de Mercurio, de la paz que invade a aquel que visita las cuevas de hielo de Tritón, del bullicioso bazar de Encélado y de los mares subterráneos de metano allá en su amado Titán, de las tormentas de hidrocarburos y de las siempre cambiantes dunas negras.
Christian se sintió como un conquistador narrando las maravillas del Nuevo Mundo, como Marco Polo deslumbrando a los príncipes de Italia con los prodigios de los que había sido testigo en la corte del emperador de la China, pero a medida que avanzaba la noche la atención de su público se desviaba y una serie de rituales de apareamiento de nula sutileza comenzaron a desarrollarse ante sus ojos. La chica cuyo nombre aun era desconocido para él reposó la cabeza sobre sus rodillas y le miró con sus inmensos ojos de cristal líquido, Christian retiró un mechón de pelo rosa que cruzaba su cara y la observó con atención, estudiando su belleza aun por desarrollar y la besó mientras deshacía el lazo rojo de su uniforme. Ella le devolvió el beso con intensidad mientras agarraba con fuerza el cabello de su nuca y con un súbito tirón retiró la cabeza de Christian hacia atrás para introducir una cápsula en su boca. Sin apenas pensarlo Christian ayudó a la cápsula a deslizarse por su garganta con un trago de vodka y enterró el rostro entre los pechos de la adolescente, decidido a internarse allá donde la joven exploradora quisiese llevarle.

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